Escribe Paola Miglio Rosi
En el mundo se está llevando a cabo una revolución culinaria y no hay dudas sobre lo paradójico del asunto: mientras miles se mueren de hambre, otros gozan de cenas opíparas y bien cuidadas, pagando estrambóticas sumas por un bocado que sabe a cielo. Mientras algunos devoran especies en extinción que se trafican en el mercado negro —y no tan negro—, otros luchan por mantenerlas vivas. Mientras unos se sientan en una mesa a comer de punta en blanco, otros se rajan en calurosas cocinas por menos del salario mínimo. ¿Es entonces esta revolución una cachetada a la pobreza (Mistura incluida) o la Declaración de Lima es el comienzo de un gran cambio que pretende integrar a todos los estratos de nuestra sociedad?